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Hoy  te  vengo con  este  relato, que espero que sea de tu agrado.
¡Eso espero!






En el camino
hemos de encontrarnos
y si esto no ha de pasar,
ha de ser que aun
 no nos hemos merecido.
…Pero allá en el infinito,
nuestras almas se han de fusionar.
Nuestro tiempo no ha llegado.








En los albores de sus vidas: María y Saúl, se conocieron.
Una chispa invisible e indivisible los juntó.
Por cosas de ese destino que pocos conocen, se hicieron novios.
Con el correr de sus años mozos…Se separaron.
Vivieron vidas paralelas.
Y en ocasiones sus caminos no se juntaron.
Por su lado, María conoció un nuevo amor, y con él llena de pasión formó un nuevo hogar.
Saúl, ya no vivía ni siquiera cerca y por cosas impredecibles también conoció otro amor.
Y también se casó.
Algunos decenios posteriores, María enviudó.
Fruto de ese amor, le quedaron dos hijos.
Sin saberlo, a Saúl le ocurrió lo mismo.
Ambos estaban viudos.
En ese camino pedregoso que en ocasiones es empinado, pero que  luego se inclina y en ciertas ocasiones favorece  de  nuevo       -como le ocurrió a estos dos-   desde aquel incipiente amor juvenil.
El caso es que por las vicisitudes del porvenir  se encontraron: ¡De nuevo libre ambos!
Pero con las heridas que la vida les ha ocasionado.
En sus remembranzas volvió a florecer ese fuego que ya creían ellos, que se había consumido.
Cada uno narró sus propias experiencias.
Sus problemas, sus incidencias.
Se toleraron. Se comprendieron.
…Y creció de nuevo en ellos…El Amor.
¡Ah de nuevo vencieron!
¡El amor, las ilusiones ha renacido, el amore!
Con ese brío que les da su edad ya madura, pues ambos eran ya abuelos.
Y creían que de sus andanzas ya se habían agotado. ¡Bueno: Eso creían!
No se movían como antes.
Ya no tenían esa sed que en antaño les florecía…
Pero esta nueva vivencias, les sirvió de acicate para encarar juntos…Lo que la  vida en      -adelante-          les depare.
De nuevo juntos, dieron el paso que hacía muchos años atrás, ambos se habían negado.
En acto público y notorio, invitaron a los que aún vivían y que  conocían esa parte de la historia de ambos.
Contentos y felices, emprendieron de nuevo el camino…Juntos de nuevo.
Amándose como nunca antes había sucedido.
A todas partes andaban juntos.
Su compenetración fue un hecho que a todos dejaba impávidos. ¡Eran felices!
Dos tortolos en la danza de ese diapasón que les prodigaba la vida.
La belleza de esta existencia en todo su esplendor, con visajes de hermosas y gratificantes experiencias,  ¡con todo ese espléndido mundo que se les presenta!
Su unión era perfecta. Vivificante. Gratificante.
¿Qué mas podían esperar en esta vida?
Todo parece indicar que al fin: ¡Conocerán la felicidad!
La sabiduría de sus muchos años florecía en eterno contubernio. ¡Qué enamorados andaban!
¡Todos testigos fieles de esto fueron!
A los pocos años, ella recibió la invitación de su hija, que vive en el Norte.
Ansiaba pasar junto a su madre aquella navidad…Que antes se habían negado.
María invitó a su adorado, pero este se negó a acompañarla…
- Anda tú y disfruta de tu hija y nietecitos.
Que cuando vengas, juntos nos iremos de vacaciones a Europa. Tengo que quedarme, para finiquitar unos negocios que estoy haciendo. – Y la acompañó al aeropuerto.
Ella se fue feliz.
Pretendía pasar esa navidad en compañía de su hija, su yerno y sus nietecitos.
A los pocos días, ella llama a su marido y este no le respondía. Muchas veces lo intentó: ¡Y nada!
Angustiada llama al hermano de su marido y fue cuando se inicia su búsqueda.
…Pocos días después recibe la nefasta noticia:
- Saúl…ha muerto… - Le confesó su cuñado.
- ¿Quééé? ¡No puede ser! – Ella casi se vuelve loca.
Desesperada, angustiada mueve cielo y tierra.
¡Es que no lo podía creer!
El primer amor de su vida…De nuevo se le iba.
Insiste en saber los detalles y fue cuando lloroso el hermano de su Amor, le confiesa:
- Lo han matado. Querían robarle su carro y él se opuso. No sé nada mas… - Por el teléfono se dio cuenta que mas nada le podía seguir diciendo…El llanto era común.
El dolor de nuevo: A su vida se le presentó.
Su desgarro la hirió de muerte.
No podía ser…De nuevo: ¡La soledad!
¿Y mi marido…Por dónde andará…?
¿…Lo tratarán bien…?
¡Él es muy nervioso! Se desespera de nada…
¡Ay Dios!  …Y no puedo ayudarlo...
Su desesperación era proverbial…
Pero ya su destino estaba escrito.
De nuevo…Perdía su gran amor.









Allá te he de esperar
Y juntos nos hemos de amar.
En la inmensidad de nuestros días
florecerá lo que acá ya no se podía.
No te olvides…Pronto nos reuniremos
y  ya  jamás nos separaremos.
Porque lo nuestro no ha de acabar.






























© Bernardo Enrique López Baltodano 2016












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