A veces creemos...



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Hoy  te  vengo con  este  cuentecito, que espero que sea de tu agrado.
¡Eso espero!



“No todo es así…”





En ocasiones nos dejamos
llevar.
En otros momentos
asumimos…
Casi siempre
erramos,
pocos corrigen
la inmensa mayoría
jamás se enteran.






Todo marchaba a la perfección.
Elizabeth ya tenía todo planificado.
No había posibilidad de algún error, ¡claro a menos que saliera algún que otro imprevisto! 
Pero aun así, ya contaba con un ‘plan b’
Su amiga Carmen   -que recién estaba conociendo-    le había asegurado que todas las previsiones ya estaban tomadas y que consideraba que tenían pocas posibilidades de errar.
Lo que se proponían era pasar una excelente velada, en compañía de unos amigos.
Uno de ellos, era al que ella pretendía.
El otro seguramente se entendería con su amiga.
Juntas se habían esmerado y ya todo estaba servido.
A la hora señalada, aparecieron los galanes.
Se encerraron los cuatro, pues no deseaban miradas indiscretas.
Todo se desarrolló según lo previsto.
A ella le urgía la debida premura, ya que su esposo tendía a llegar a la casa, a una hora que ella estimaba estar…
Para no despertar en él la consiguiente duda.
Y con esa precisión tan milimétrica   -que a ella la caracterizaba-     puso fin a todo y diligentemente corrió a su hogar, para esperar a su marido.
Ya había pasado mas de una hora y no aparecía su hombre.
Ya se había bañado y vestido para la ocasión.
- …Seguro que anda con la otra… - Analizaba todo al detalle.
- Nunca se va a enterar. - Por lo menos ella, tenía todo a buen recaudo.  Estaba muy confiada.
Chequeó muy bien a cada uno de sus hijos, y verificó que estuviesen arropados.
Le dio un beso de buenas noches a cada uno, que ya estaban dormidos.
Chequeó puertas y ventanas.
Todo estaba en orden.
Miró hacia el estacionamiento y no había llegado aun.
Se mofó de él, se sonrió y hasta festejó.
Todo estaba bajo su control.
Y se fue a acostar. Y se durmió.
Al día siguiente, se levantó al despuntar el sol.
Ya su esposito yacía dormido. Olió su ropa.
- Un nuevo perfume de mujer… - Se dijo a sí misma mientras le revisaba los bolsillos de su pantalón y de su camisa.
Manipuló su cartera. Vio todo el dinero que tenía, y le sacó unos cuantos billetes, de todas las denominaciones. Lo guardó con esmero.
Encontró pruebas de todo tipo.
Y no le importó. Comenzó a canturrear, mientras se dirigía a la cocina.
Debía preparar el desayuno para sus hijos, que pronto se irían a su escuela.
Pasó por cada habitación y empezó su rutina de todos los días.
Fue despertando a cada uno de sus retoñitos. Mientras comenzaba con sus andanzas culinarias.
Uno a uno fue apareciendo a la mesa a desayunar y arrancar con su faena cotidiana.
Y ya cuando todos se hubieron ido, comenzó a escuchar los ruidos que todas las mañanas producía su queridísimo esposo.
Lo escuchó con cierta sorna.
Sonriente lo esperó con abundante café recién colado y bien calientico…
Tal como a él le gustaba.
- ¿Tú ‘faena’ de ayer estuvo bien…? – Él le escuchó la malicia de ella y se puso en guardia en el acto y le respondió…
- ¿Mí faena? Querrás decir: De mí trabajo.
Pues ciertamente se me pasó informarte que ayer me invitaron a una reunión…Los chicos de la oficina.
- ¿Ah sí? – Le respondió disimuladamente.
- Si el jefe, tuvo una idea maravillosa y en vista de que todo estuvo perfecto nos invitó a celebrar.
- ¿Y lo celebraste bien…?
- Bueno mami, sabrás que eso forma parte también de mi trabajo.
- Ajá… - El hombre apresuró todo ya que estimaba que el comportamiento de ella, ya le estaba empezando a parecer capcioso…
- Bueno. Hoy tengo que irme rápido. Me están esperando porque hoy arranca un nuevo proyecto y no debo…Fallar.
- ¿Y llegarás muy tarde hoy…?
- No sé. En todo caso yo te estaré llamando, cómo siempre hago. – Casi derramó el café por su prisa. Y besándola con avidez, salió corriendo para su trabajo, alegando que ya se le estaba haciendo tarde.
- ¡Te amo mí amor! – Le dijo después de un enorme beso y partió.
Seguramente, no le oyó cuando ella le dijo entre dientes…
- …Yo también llegaré tarde hoy…Amorcito…




















© Bernardo Enrique López Baltodano 2016













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