Era de noche...fría y solitaria.
















“Corto  en  relatos”      





“¡Situaciones inexplicables!”







“En  una  de  estas  noches…”






En una de estas noches, en la que me sentía mortalmente íngrimo, solo. Agotado y en mis últimas. Todo lo veía oculto.
En la que mis amarguras se unieron a mis sinsabores,  para destrozarme y para hacerme sentir de lo mas ruin y miserable, entrecruzado con mis viejos enemigos que vuelven a destazarme cada vez que me ven de “capa caída” aparte de las hienas y buitres que con impaciencia apuran todo el proceso, para merendar a mis costillas.
Heme allí en medio de mi soledad y en plena oscuridad. Consciente de todas mis limitaciones.
Mirando lo oscuro como para no ver mis propias miserias.
En mi propia unidad.
Por mi mente pasaban versiones ya caducas, de procesos y dicotomías ya antiguas, vencidas.
A esa dualidad que me atormenta.
De posibilidades que con toda seguridad son eso: Puede ser quizás, tal vez, a lo mejor… ¡Sólo eso!
Estaba analizando y sopesando, las pocas probabilidades que tengo y que al parecer mantengo, antes de partir de este mundo tan incomprendido y devastador.
En esos momentos en que el guerrero comienza a cavilar, a dudar y a sopesar todo…
Y tan ensimismado estaba que no sentí el cálido abrazo. La presencia femenina que llena y reconforta. Una paz desde lo mas profundo de mi ser. Brotó como el sol, de todos los días.
¡Cómo si de un naufragio, emergiese!
Sin dolor, sin sobresalto alguno. Suave y sereno, como una brisa mañanera.
Me costó salir del ensimismamiento en el que las muchas fatigas me tenían aprisionado.
Unos dedos celestiales, hicieron presión sobre mis hombros…Y yo no respondía.
Siento que me acaricia por mis cabellos, me los alborota y hace el gesto de que me los besa…
Poco a poco, comienzan mis neuronas a responderle y a hacerme comprender, que debía salir de esas hondonadas en las que me mantenía sumergido.
Siento un apretado abrazo, un calorcito se comienza a desprender…Ya no me estoy sintiendo solo. Alguien me acompaña.
Sin mediar palabra, sus gestos y caricias me hacen entender…Qué está allí, conmigo.
Que a ella le importo. Siento sus fibras que remueven las mías. Su fuerza serena y consciente se hace en mí. Comienzo a respirar a su ritmo.
Una oleada de amor me embarga. Me subyuga y me ennoblece. Mi soledad sintiéndose ya vencida comienza a retirarse. Es el mensaje que siento que trasciende en toda mi anatomía.
La libertad acude a mi auxilio y me rescata.
En ese mundo lóbrego, comienzo a sentirme  reforzado. Revivificado. Unificado.
Y esa conciliación que me embarga.
Mis músculos se relajan.
Esa tensión que antes soportaba, se resquebraja.
Mis nervios se aquietan y entran en sosiego.
Poco a poco, me fuerza a acostarme, pasa sus manos sobre mi cara, algo me susurra.
Mis sentidos se adormecen. Una profunda quietud me invita a dormir, a restablecerme.
La armonía perfecta, ya está restablecida.
Y me cierra mis ojos…Me besa…
Lo último que veo es su sonrisa…
La placidez domina todo mi entorno.







© Bernardo Enrique López Baltodano 2016        









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