Ahora cambio a...Coplas


       Obras de Juan Yáñez exhibidas en Galería Pro Arte (San Juan de los Morros, Edo. Guárico, Venezuela) 










“Aquí les traigo este pregón…”





Era de noche y hacia brisa en medio de un ambiente de alegría y confort   -a muchas de las personas allí presentes-   se les antojaba que era muy fría, pero en verdad, ninguno deseaba retirarse.
En medio había un fogón. La magia de sus efectos pirotécnicos atraía ante tanta efervescencia de sus cambios constantes tanto de sus colores de viveza como de sus formas tan distantes una de otra.
Muy grande por cierto acompañándolas con sus efectos calóricos.
Desplegando mucha luz y calor también.
Una música de cuatro, arpa y maraca se escuchaba en la lejanía. Dándoles un efecto sonoro de muy agradable sentido de ese rato tan ameno en que la pasaban todos los que allí estaban.
Todos permanecían allí, como alelados por esa atracción calórica. Quizás en el fondo, estaban pendientes de esa extraña melodía.
Algunos tarareaban   -sin saber su letra-  los demás se contentaban con observar ese cielo tan abierto y sereno.
- Hoy no va a llover. – Se escuchó una voz ronca que brotó del grupo de unos hombres, que se contentaban con estar “observando” otro tipo de belleza…Lindas chicas que engalanaban esa noche.
El silencio imperaba, y tan solo se escuchaba el rumor   -cuando el viento no soplaba-   el rasgar de ese cuatro parlanchín, acompañando a esa música angelical de esa arpa viajera, cuyos diapasones transportan a otros lares de incontables tiempos.
Y de repente, se levantó un hombre de apariencia muy común. Vestía a la usanza del hombre recio del llano adentro. Se quitó su sombrero, detalló al grupo en cuestión, pasaron segundos de expectativa y luego se presentó así…
- ¡Buenas noches tengan todos los presentes!
Me llaman por un nombre que no me pertenece.
Pero en esta ocasión… ¡Poca importancia tiene!
Tomó aliento y al comprobarse a sí mismo que había obtenido toda la atención debida, trataba de pararse mejor, pero un ligero temblor se le fue agudizando en una de sus piernas. El trató de minimizar ese efecto, pero era demasiado evidente.
Las chicas, se comenzaban a reír entre ellas y lo señalaban en forma nada discreta.
El hombre se dio varios golpes en la pierna temblorosa y afincándose con fuerza, se volvió al grupo que se mofaban de él y les increpó…
¡Yo no soy payaso de nadie!
Y mucho menos para que se burlen mío.
¡Yo, a nadie se lo tolero y mi machete
está presto a demostrarlo!
Miró con furia a las damiselas, quienes en el acto tragándose su saliva, se enseriaron.
Nadie salió en defensa de ninguna de ellas.
Un silencio espeso, se transfiguró en angustia.
El recio trabajador llanero, carraspeó su garganta
Y al comprobarse a sí mismo, que ya tenía su camino despejado, alzó su vista al cielo y clamó…
¡Allá en el cielo está el que puede
venir a desmentirme!
¡Carajo que Hombre recio soy, y no permito payasos!
Y en vista de que nadie le salió al ruedo, tosió con rudeza, sacó un trapo viejo y sucio y se lo pasó por su boca. Los demás asombrados, nada dijeron…
¡Aquí vengo a darles un pregón!
¿Hay alguno de aquí que se oponga…?
En silencio los detalló a cada uno de los presentes.
Ninguno chistó. Nadie de su sitio se movió.
Se sonrió para sí mismo y continuó…
¡Hace mucho tiempo ya!
¡O quizás pasó hace poco…!
¿Quién lo podrá descifrar…?
Chequeó nuevamente, pero nadie le chistó, así que prosiguió…
…Había un indiecito…
¡Cuyo nombre a nadie importa!
Una buena noche…En su rancho se metieron.
Unos malvados irrumpieron.
Su padre en el acto degollado fue.
Corrieron y tomaron a todas las mujeres.
¡Una a una fueron violando!
Y el que nombrando estoy…
¡Apenas era un niñito de muy escasos añitos!
¡Se salvó de casualidad!
¡Todos los malhechores, ocupados estaban!
Y de él… ¡Se olvidaron!
Pero él allí estaba.
Llorando presenció cómo le hacían esas “cosas” a su madre como también a sus hermanas.
Pasaron larguísimas horas.
¡Nada había cambiado!
¡Nadie acudió en su auxilio!
Se detuvo un instante, y del bolsillo trasero de su pantalón, sacó una botella de licor, de esas que parecen agua. La abrió y con toda su crudeza, se empachó un sonoro trago. Largo, muy largo.
Y dio la impresión de que se caía…Pero pronto recuperó su equilibrio…Guardó su botella con sumo cuidado, al parecer era su mas grande tesoro.
Los demás impávidos continuaban cada gesto que este tipo hacía; y luego mirándolos como si les tuviese rabia les espetó…
¡Porque un hombre se hace Macho, cuando le toca!
Y a ese niñito, nadie lo socorrió.
Fue testigo silente, de todo.
Vio como sufrían sus hermanitas.
Vio como martirizaban a su propia madre.
…Y a la final…
Sus cuellos del cuerpo: ¡Desprendieron!
¡Y al contemplar eso…Ese chiquillo corrió a esconderse, pues de su vida temía!
¡Corrió y corrió!
De sus cortas paticas, brotaron alas.
De sus bracitos…Emergieron plumas…
Voló. Trotó. ¡Se desapareció!
Y todos los asesinos, detrás de él corrieron.
Y al cabo de una media hora,
regresaron ante su jefe:
¡Se ha esfumado!
¿Cómo qué se ha “esfumado”?
¡Son todos unos mentirosos!
Y detrás de ellos, empujándolos corrió.
Y era que el viento, se lo llevó.
Voló por los cielos y hasta las estrellas llegó.
O quizás…En lo mas alto de las matas, anidó…
¡Misterio fue!
Toda esa noche detrás de su huida estuvieron.
Pronto el sol, salió de nuevo.
Y ya todos los perseguidores,
agotados estaban.
Decidieron huir… ¡Ya mas tarde lo hallarían!
Y se fueron por sus caminos sangrientos.
Volvieron y candela le echaron a ese rancho inmundo.
…Pero de alguna parte…Los vieron.
¡De eso fe les doy!
¡Qué de este mundo Nadie se va sin pagar!
Su cuerpo se le bamboleaba con mucha intensidad. En ocasiones, dio la impresión de que se caía, pero en cuanto vio que la gente se le estaba escapando, les hizo una seña imperiosa…
¡Quietos todos!
¡A mí nadie, con la palabra en la boca me dejan!
¡Quietos todos, o aquí mismo los rebano!
Sacó de su cintura un largo machete, el cual blandía con desesperación.
Varios gritos ahogados quedaron, pero nadie huyó.
Se volvieron a reagrupar, y aguardaron al hombrecito que los miraba con sus ojos ya vidriosos.
¿A nadie le interesa esta historia…?
¿Ah, no hay “humanos” que se conduelan con ese pobre niñito…?
Al comprobarse a sí mismo, que ya todos volvían a su posición inicial, guardó su arma y volvió a sacar esa botella de atrás de su pantalón.
El trago que le echó…Lo hizo girar hacia atrás, perdiendo su equilibrio, pero de inmediato se levantó como si fuese un resorte y haciéndole señas de que se callaran…
Ese bebecito fue abrazado por los pájaros nocturnos.
Lo elevaron a un sitio en donde nadie daño le haría.
…Y allí lo mantuvieron.
De comer…Sus cositas le dieron.
Lo abrigaron con sus propias alas.
…Y así fue pasando varios años.
¡Muchos, quizás demasiado!
Por toda la comarca…Sus restos buscaron.
…Pero nadie hallar lo pudo…
Se quedó mirando a cada uno, para ver la reacción de cada uno, pero solamente pudo ver el terror que le tenían…Y eso le agradó.
Los caimanes se prestaban a ayudarlo.
Los coyotes, lo escoltaban.
¡No hubo ninguno de ellos que no interviniera a su favor!
…Y lo que no consiguió con sus pares…Los hombres… ¡Las bestias del llano lo ampararon!
¡Ahora verán…!
Ustedes verán si me creen o no.
¡No me importa nada!
…Pero esos hechos fueron ciertos…
¡Yo lo certifico!
¿Y quién de aquí de mis palabras duda…?
El círculo se amplió. Ninguno se atrevió a refutarle nada. A pesar de que en forma retadora…Esperó.
Y ya pasados unos largos minutos…
¡Y ahora ya me voy!
Pero no se olviden de este pregón.
¡Ustedes verán si me creen o no!
…Pero tengan mucho cuidado…
Que de noche…Cualquier cosa puede pasar…
Y diciendo esto, dio media vuelta y con paso vacilante, se marchó.
Atrás dejó una ola de rumor. Y para cuando ya no se veía, unos guapetones al ruedo salieron y proclamaban…
- ¡Yo no quise intervenir…Pobrecillo…Hasta pena me dio pues muy borracho se veía! – Aseguró uno cuya cara no era conocida, y en medio de olas de asombro.
- ¡Yo soy mas Macho que “ese” solo que pena me dio! – Aseguró otro guapetón.
Pero ya la noche estaba muy avanzada, y aunque el cielo seguía bello y hermoso, muchos decidieron que por esa noche…Era mas que suficiente…
Casi al unísono todos se marcharon…
Y de vez en cuando volvían su rostro…
Por si acaso de nuevo aparecía aquel borrachito necio y grosero.












© Bernardo Enrique López Baltodano 2016




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