Espero que te guste este nuevo cuento...(Y si te gusta házmelo saber)



















“El fósforo”





“El fosforo” se inclinó en dos, era muy alto, de color blanquísimo, mas bien  “Atomatado” y cuando le pegaba el sol muy fuerte…Su piel se le ponía con un rojo encendido.
Sudaba copiosamente. Y eso lo mantenía muy molesto, ya que lo que mas detestaba era verse sucio y sudoroso.
Se sacó su pañuelo del bolsillo trasero izquierdo con el mayor cuidado para no ensuciarse su ropa, que estaba muy limpia y debidamente almidonado y planchada.
Se secó el sudor que le caía al suelo. Contempló un leve charquito, era su propio sudor.
Su camisa, se le encontraba emparamada. Pegada literalmente al cuerpo.
(Y eso lo irritaba en forma superlativa.)
Trató de quitársela de su pellejo esa tela tan molestosa, ya le estaba incomodando.
Se arqueó para en un esfuerzo poder despegarse la tela de la camisa, se abrió varios botones y comenzó a pasarse ese trapo que le hacía las veces de “pañuelo” pero que ya se encontraba todo descolorido.
Sus acompañantes le susurraron que guardara silencio y que no se estuviera moviendo mucho, ya que podían ser un blanco perfectamente visible.
Suspendió la tarea de secar su cuerpo, se inclinó aún mas en la arena, colocó su rodilla izquierda, en un movimiento rápido e impreciso y lo sacó de inmediato…Algo puntiagudo lo había herido.
- ¡Ayyy mi madre! – Chilló del dolor.
De forma instantánea escuchó dos veces…
- ¡Shhhh! ¡Shhhh! – Eran sus socios.
Ni caso les hizo.
Chequeó bien…Era una tachuela.
- ¡Desgraciado! – Murmuró del dolor, pero sus acompañantes le propinaban empujones para que se mantuviera quieto.
Aguantó el dolor con estoicismo. Pero era que en verdad…Se le había clavado en su rodilla, pronto un hilillo de sangre corrió a todo vapor. Corrió y se colocó el trapo encima de su pantalón de color blanco, intentó en vano, no sentarse    -para no ensuciar “su limpio” de tan bella prenda-    pero el dolor era muy agudo, muy fuerte. Se sentó de forma inmediata.
Y comenzó a tratar de contener el corrido de su propia sangre, la cual le estaba manchando.
Juan   -uno de sus acompañantes-   se volvió a él en forma muy molesta y le increpó…
- ¿No puedes hacer mas ruido, ah…?
¿Quieres que nos descubran y nos maten como unos perros!!!!
- ¡Esa malaya tachuela! – Le gritó lo mas bajo que pudo, cuando de inmediato Freddy, lo golpeó por la espalda, diciéndole…
- ¡Shhhh! ¡Shhhh! – Pronto los tres amigos trataron de camuflarse. Estaban tratando de esconderse detrás de unos ladrillos, mas o menos de 7 u 8 filas de ellos, pero debían mantenerse camuflados, para evitar ser descubiertos.
“El fosforo”, ahogó todos sus lamentos.
Tomó con cólera la tachuela (La miró con desprecio) y la tiro con fuerzas a los ladrillos, como tratando de castigarla por el daño que le había ocasionado.
- ¡Shhhh! ¡Shhhh! – Volvió a oír. Pero ya él no estaba pendiente de mas nada, sino de su propio dolor.  El cual ya se le estaba transformando en un verdadero drama, ya que no podía controlar el flujo sanguíneo.
- ¿No ven que me estoy desangrando, ah? – Les increpó muy molesto.
Sus compañeros, desviaron su atención al objetivo y se dedicaron a auxiliarlo.
Freddy le tomó la rodilla con fuerza, con el ánimo de detenerle esa hemorragia.
Juan dividía su atención en el sangrado  y en la casa que estaban vigilando.
- Mejor nos vamos. – Resolvió una vez que se pudo comprobar a sí mismo, que en el estado en que se encontraba “el atomatado”,  y  no podían continuar así.
El color rojo era ya demasiado visible y contrastaba con lo blanco que aún le quedaba de su ropa.
Con indignación miraba todo. Nunca estuvo en sus planes haberse herido de esa forma tan estúpida. La oportunidad que era muy propicia a sus fines…Se les fue por la borda.
En silencio se tuvieron que retirar. Rápidamente,  para no ser vistos.
Iban peleando con “el fosforo”, quien por haberse pinchado esa miserable tachuela, les había quitado esa oportunidad tan valiosa que obtuvieron, pero que no pudieron tomar.
- ¿A quién se le ocurren meterse una tachuela en la rodilla, ah? ¡Al fosforo! – Murmuraba Juan, el cual ya no escondía su tremendo enojo. Y rumiaba en su cólera.
- ¿Y están creyendo que yo lo hice a propósito, ah? – Les increpó sumamente molesto. Mientras trataba de caminar cojeando y con el intenso dolor pegado.
- ¡Ya los teníamos listos! ¡Nadie nos hubiese descubierto! ¿Y nos viene a pasar esta vaina…? – Les preguntó Freddy, mientras acariciaba su revólver calibre 45, cacha blanca; el cual no lo ocultaba.
- ¡Y todo por culpa tuya! – Le amenazó Juan mientras trataba de servirle de apoyo mientras huían.
- ¿Y qué es la vaina pues…? ¿Acaso me están acusando a mí, de clavarme esa miserable tachuela? – Ya visiblemente molesto, sacó su arma y los apuntó.
Sus compinches lo que vieron fue a un compañero   -ya no blanco, sino rojo en su totalidad-   Freddy y Juan, levantaron sus manos al verse amenazados y tragaron saliva.
El atacante, se fue  rodando al suelo, ya que perdió el control que sus amigos le sostenían.
- ¡Ustedes son unos brutos! – Les acusó mientras se encogía del dolor, instintivamente corrieron en su auxilio y lograron estabilizarlo nuevamente.
Freddy volvió su cabeza y les dijo…
- Aquí no nos podemos quedar. ¡Vayámonos ya!
E inmediatamente echaron una carrera veloz, ocasionándole aún mas dolor, pero era preciso, ya que si eran descubiertos serían aniquilados por la banda enemiga.
Pero el herido no pudo contener todas las maldiciones y gritos destemplados…Pero ya a la postre estaban fuera de peligro.
Sin embargo, recorrieron unas cuadras mas para no sembrar dudas.
La rodilla y el pantalón estaban literalmente inmensos en la sangre que ya había dejado de fluir. Pero la herida seguía abierta.
Lo sentaron encima de una piedra alta y le subieron el ruedo del pantalón.
- Esto está feo. – Auscultó Juan con visible contrariedad- ¡Tan cerca que estuvimos del botín!   y este se viene a arrodillar encima precisamente de  ¡una tachuela!
¡No pudo ponerse encima de una piedra o de un hueco…!
- ¿Vas a seguir? – Le amenazó ya resuelto.
Los dos guardaron prudente silencio.
- Alguien tendrá que curarte. – Asomó Freddy al pasar unos segundos.
- Vamos donde la enfermera… - Propuso Juan.
- Pero a su casa. – Condicionó el herido- No podemos ir al hospital. ¿Están locos? – Los dos se miraron sorprendidos.
- Ciertamente.  El policía que está en Emergencia va a comenzar a hacer muchas preguntas… - Razonó Freddy.
- ¿Y en dónde guardamos el armamento? – Les preguntó con sorna el herido. Sus compinches se rascaron su cabeza, y asintieron.
Por fin decidieron ir a casa de la enfermera…Pero no podían así, como así…
Debían ir primero uno de ellos y preguntar si ella estaba en su casa, y solicitarle el favor de que lo curara.
-Para no levantar sospechas innecesarias-
A la final fue Freddy, mientras Juan se quedaba con el accidentado en espera de que llegara la ayuda necesaria.
- …Ya me comenzaba a ver…En una mansión…
¡Con carro nuevo! – Él lo contempló en medio de su dolor, pero nada le respondió.
Esperaron una media hora. Y ya estaban nerviosos en la espera, cuando se aparecieron la enfermera y el enviado.
En silencio y sin hacer mas preguntas, la profesional de la medicina hizo su curetaje, le
puso gasa y se la cerró. Y después de darle unas recomendaciones, se despidió.
Pasado unos momentos, el ya curado se inclinó y les dijo a sus compinches:
- Hoy la suerte no nos ha acompañado.
Pero en una próxima ocasión, les prometo que no volveremos a fallar.
Pronto daremos el golpe mortal contra nuestros enemigos y nuestra será la victoria.
- ¡Estuvimos a menos de medio metro de la carga! – Explotó Juan.
- ¡Estuviéramos festejando el golpe! – Reforzó Freddy sin mirarlo.
Ya no estaba tan atomatado. Su color de piel ya estaba nuevamente blanca.
Se sacó su peine de carey de uno de sus bolsillos y comenzó a peinarse con total parsimonia.
Sus acompañantes se lamentaban profusamente haber fallado en ese intento.
Y es que estuvieron a menos de un metro de las cajas de cigarrillos importados. Eran como unas veinte. Y todas se las querían robar.
- ¡Ya me veía corriendo con al menos unas diez cajas! – Agregó Freddy.
- ¿Y yo? ¡Ya me estaba viendo festejando!
¡Siendo millonario, con mansión, carro y todo nuevo! – Les agregó Juan visiblemente emocionado.
- Bueno, con lamentarnos no haremos nada mas. – Les recriminó el fosforo. – Ya vendrán tiempos mejores.
Y ya verán que dentro de muy poco tiempo…
¡Reinaré sobre las sombras!
Seré el mas grande traficante de cigarrillos finos importados. Y nosotros   -gracias a mí-   ¡dominaremos todo el mercado!
¡Ya lo verán! – Y diciéndoles esto les indicó que lo siguieran cargando por el hombro hasta su casa, ya que deseaba descansar.
Sumisos, pero rabiosos lo acompañaron.
Mentalmente sentían el olor al dulce aroma de esos cigarrillos tan caros y costosos.
- …En otra ocasión será… - Les repetía una y otra vez, convencido de que así sería.
Por lo pronto, regrésenme el armamento ya.
- ¿Ya? – Le preguntó casi suplicante Juan.
- ¿Y no nos podemos quedar con “esto”?
…Es para nuestra protección…Por favor…
- ¡No! Ustedes son locos y hasta son capaces de volver y batirse a tiros con esos mal vivientes. ¡No, denme mis armas ya! – Con el mayor fastidio posible se despojaron de sus revólveres.
- …En otra ocasión, los llamaré… - Y diciendo esto, se metió sus armas en los bolsillos y entró a su casa.
Sus acompañantes se quedaron en el frente…No sabían que actitud tomar…
La impotencia los desarmaba, unas cuantas lágrimas brotaron, se miraron, se abrazaron y juntos se fueron.








© Bernardo Enrique López Baltodano 2015





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