...Así es como suceden las desgracias...













“En verdad: ¡no lo sé!”




- Es que tú me haces unas preguntas… ¡Qué no lo sé! Y abro un paréntesis: No quiero ser grosero.
Pero debes entenderme: No todo lo sé. – José le respondió en forma explosiva ante el acoso de preguntas que Miguel le estaba haciendo.
Se le notaba a leguas que se encontraba sumamente incómodo y que no deseaba seguir en ese vaivén, pero su amigo no deseaba interrumpir, al contrario se le notaba precisado a que fuera mas específico y que le proporcionara una información mas veraz.
Urgido por saber cada vez, mas y mas.
Miguel lo contempló severamente, aunque comprendió que lo estaba forzando demasiado, por lo que optó por cambiar de táctica.
Suavizó un poco, se levantó de su asiento, se registró el bolsillo derecho de su pantalón y sacó un paquete de chicle que le ofreció en el acto.
- Perdóname amigo mío, sé que te estoy presionando demasiado.
Pero…Es que creo que lo que te sucedió fue muy extraordinario, imagínate.
Vas caminando, te paras en la parada y… - Interrumpió su excusa y se acercó a la ventana que daba a la calle.
Contempló que empezaba a llover, en principio en una forma suave y después fue arreciando.
José se metió dos pastillas de chicle a su boca, las estaba humedeciendo con total parsimonia.
Ya se estaba empezando a sentir cómodo.
Se levantó de su asiento, dio unas cuantas vueltas sobre la alfombra espesa en que se encontraba, la detalló por un instante, era un redondo casi perfecto, bueno por lo menos alcanzaba para el juego de sala en donde estaban.
Los muebles se encontraban simétricamente colocados, y pensó para sí mismo…
- …Aquí hace falta una mano femenina… - José se acercó a su amigo, en forma pausada y mirando hacia afuera y sin verlo, continuó con un relato que había perturbado a Miguel, este lo observaba en silencio y esperaba que arrancase de una vez por todas.
- Cuando yo hice acto de presencia…Ya todo estaba consumado.
El cuerpo yacía en el pavimento. A pleno sol.
Muchos, al igual que yo, lo estábamos contemplando.
Y en ese preciso instante ¡sonó un estruendo…!
Al igual que yo…Los que estaban a mi lado, buscamos un sitio en donde guarecernos.
¡Nos estaban cayendo a plomo!   -no estoy afirmando que sea contra mí solo-    pero a uno de los que estaban cerca de mí… ¡Les alcanzó un balazo!
Nunca supe ni dónde, ni quién o por qué…
De inmediato, un chorro de sangre le brotó por la herida abierta.
¡Yo me tiré al suelo, al piso, el cual se encontraba sucio! Pero no me importó.
Y todos corrieron. Gritos. Auxilios.
El despelote se había formado.
Otro que salió corriendo, de repente vi que se arqueó…Le habían dado en la espalda también.
Fue una plomazón…Pero contra los que estábamos cerca del primer muerto.
En verdad, yo nunca he sido testigo de algo tan cruento y violento…Como en esa ocasión.
Los nervios me traicionaron.
A pesar de ese sol tan ardiente…Todo se me oscureció.
Todo era un caos en mí. Y no solamente lo sentí…Los demás que corrían espantados lo pueden certificar.
- ¿Y no llegó la policía?
¡Nadie le respondió al tiroteo! ¿Y contra quién fue ese atentado?
Te repito: ¡No lo sé!
Fui un testigo involuntario. Yo estaba parado en la parada de buses.
¡Un usuario mas, como todos los que estaban allí antes de que todo comenzara…!
Cuando de repente se abrió esa balacera.
Y te afirmo: No es lo mismo verlo en una película o que te lo cuenten.
El ser un testigo presencial de todos esos hechos.
Es simple y llano: ¡Horroroso, espeluznante!
¡No se lo deseo ni al peor de mis enemigos!
No pude ver al difunto, vivo.
No estaba pendiente de nadie, tan solo de que llegara pronto mi bus, para irme.
- ¿Y no viste quién era el muerto?
- No. Y no me dio tiempo. Todo eso fue confusión y terror. Nadie estaba pendiente de nadie.
- ¿Y de dónde disparaban…? 
- …Creo que era en la esquina que estaba a mi derecha…A unos cincuenta metros a lo sumo.
Creo que fue mas de uno el que disparaba…Eran muchos los tiros. Pero no sé precisar si eran de revolver, o de pistola o de una metralleta.
Como tampoco el calibre. No conozco nada de eso.
- Pues te informo José…Era un pran, el muerto.
- ¿Un pran? ¿Y qué es eso?
- Es el nuevo título que le están dando a los cabecillas o jefes de bandas asesinas, roba carros, de asesinos… ¿Entendiste?
El tipo estaba preso en la cárcel…
- ¿Preso? ¡Pero si estaba caminando en plena calle!
- Para que tú veas. El peligro acecha en todas partes. Porque, ¿Cómo podía estar libre…Siendo un convicto preso y confeso?
Y lo peor…Estaba en una cárcel “de máxima seguridad” – José no respondió nada, pero con sus gestos fue mas elocuente.
Se le notaba cara de asombro.
Siguió el río que la lluvia había propiciado. Contempló como se desplazaba esa corriente acuosa, arrastrando a su paso toda clase de hojas y escombros livianos.
El tránsito vehicular se notaba ya con menor velocidad.
- …Y dígame si pasé a su lado, sin darme cuenta ¡claro!
- Dios es grande. – Le respondió su compañero mientras observaba una repentina cola, producto de la lluvia que caía.
 - Pudiste haber caído herido o que te mataran como a un perro…
- ¡Ujum! – Ninguno se miró.
Continuaron con la intensidad de la lluvia,  el pequeño río que se había formado y con la cola de carros que cada vez se hacía mas larga.










© Bernardo Enrique López Baltodano 2015



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