El viejo de la montaña...







“El viejo de la montaña”



Juan estaba de viaje de negocios en Calabozo, edo. Guárico.
Vieja ciudad enclavada en los llanos venezolanos.
Y en ese preciso momento, buscaba un sitio en donde almorzar, siendo ya alrededor de las cinco de la tarde, su agitado trabajo le impidió realizar su comida a la hora en que es normal hacerla. 
Se encontraba en su carro, buscando y buscando, ¡hasta que al fin consiguió una pollera! 
Y sintió que era necesario aparcar y ver ¿qué podía comer? Y convencido se detuvo.
Se estacionó. Y buscó una buena mesa, se sentó y esperó a que lo atendieran. 
Y es que el sitio elegido, presentaba unos pollos horneados a la brasa, de tamaño grande. Los vio exquisitos.
Y fue lo que eligió para comer.
Sentado y esperando para que le sirvieran su ración de pollo,  observó con cierto desdén a un hombre ya muy viejo que le estaba echando mas leña al fuego, observó que la brasa era ya alta. Sobrepasaba su tamaño.
–Le pareció muy anciano-  para ese tipo de labor, debería hacerla uno mas bien: joven.
…Pensó para sí mismo. No dijo nada al respecto.
Habían mas de treinta pollos que se estaban horneando, y con ese vaivén lento, giraban y giraban mientras el fuego hacía su trabajo.
Y comenzó a prestarle su atención ¿total? aún tenía que esperar a que lo atendieran.
El anciano se le notaba cansado. Sudoroso.  
Su cabellera era larga y toda de blanco.
La brasa parecía salpicarle sus largos cabellos.
Las astillas de fuego brotaban a borbotones.
…Lo extraño era que éste no se quejaba…
¡Era un extraño contraste!
Observó que era un elemento alto.
De piernas y brazos delgados, no así su barriga, la cual le parecía que la tenía muy inflamada.
En medio de la brasa, se percató de que estaba fumando. Sus bigotes eran largos y una barba rala, anunciaba que no se afeitaba.
De repente, notó que el vejestorio no le quitaba su mirada de encima.
Transcurrió  mas de media hora.
Y el mesonero que le había tomado la orden…Se le había desaparecido. Tan solo estaba ese antaño ser, ejecutando  esa labor.
Así que se levantó y se dirigió a ese señor, quien en el acto
le prestó toda su atención.
- ¿Tu pediste pollo, cierto? – Se le adelantó, Juan se sintió desarmado, ya que iba en son de pelea.
¡El hambre ya lo estaba torturando!
- Pero… ¿Dónde está el que me tomó el pedido?
- ¡Ah se fue por…Allá! – Le dijo mientras sacaba un pincho metálico en donde colocaban varias aves para su cocción.
Juan miró hacia el sitio que le indicaba, pero no logró divisarlo.
- Siéntate. Ya te voy a servir.
- Pero ¿usted sabe lo que pedí? – Le dijo extrañado, ya que en ningún momento vio que el mesonero se le acercara a él.
- No te preocupes. Tú pediste un cuarto de pollo, con yuca y un refresco. ¡Ya te sirvo! – Dijo mientras con destreza sacaba de la brasa hirviente, mas de una docena de pollos perfectamente asados. Sacó una herramienta parecida a un alicate y comenzó a trocear uno de ellos.
- Te lo voy a servir  ¡del mejor, del mas grande, gordo y suculento! Que te vas a quedar con ganas de repetir.
…Pero que no podrás, porque vas a quedar   ¡¡¡full!!
El comensal se fue a la silla escogida por él mismo y se sentó ya satisfecho. ¡Al fin iba a poder comer!
En menos de un minuto, le sirvió en un plato inmenso de madera y casi al mismo instante corrió a la nevera, la abrió y le sacó el refresco mas frío, buscó un vaso, le echó hielo.
Abrió la botella de gaseosa y se lo llevó.
Juan mientras tanto, ya estaba merendando el suculento plato.
Una vez finalizado. Se explayó en la silla, arrecostó su cansada espalda y exhaló de satisfacción.
Fue cuando se percató de que el anciano lo observaba con determinación.
- ¿Ya, satisfecho?
- ¡Oh si!
- ¿Y estaba rico, verdad?
- Bueno ¡me lo comí todo!
- Ya veo. Ya veo. -  Le dijo mientras se le acercaba a la mesa.
- ¿Puedo sentarme?
- Por supuesto. Ya ahora si lo puedo ver mejor, es que estaba ya mareado por el hambre. – Le dijo a manera de disculpas.
- Ya sé de dónde vienes y sé a dónde vas. – Le dijo en forma enigmática.
- ¿De verdad, acaso el señor es un…Mago…?
- Soy algo mejor: ¡Brujo!
- ¿Brujo?  ¿…Y eso, qué hace un brujo asando pollos…?
- Para que tú veas. Y te hice creer que era yo el que los asaba…Pero era el mesonero. ¿Y lo viste?  …Te engañé.
- No. En verdad que no. ¿Entonces, no era usted?
- No. Yo estaba sentado a tu lado. Y ni cuenta te diste.
- Ya va. Ya va. – Le dijo mirándolo fijamente- Yo lo vi.
Yo vi cuando usted estaba asándolo. No me venga a decir que no fue así.
- Pues así no fue. Y te digo, todo el tiempo estuve aquí a tu lado. Y te embrujé para que creyeras que era yo.
El mesonero hizo todo el trabajo, pero yo te lo negué.
¿No me crees…? – El viajero lo miraba y de repente se rascó la cabeza, meneándola en señal de no creerle lo que ese vejestorio le afirmaba.
El “asador” comenzó a relatarle de dónde había venido.
Y qué tipo de trabajo efectuaba. Con quién había hablado.
A cuantos negocios había visitado, cuantas ventas hizo.
Y cuantas no las había logrado.
Y hasta le narró todo lo que había ejecutado en todo el día y en el hotel en donde se había hospedado.
Juan eructó   -sin querer-  pero era que estaba asombrado.
Le costaba creerle.
Pero era cierto todo cuanto le había revelado.
Estupefacto, lo chequeaba sin poder entender nada.
- Es mas. Yo te atraje a que vinieras a comer aquí, en donde yo te estaba esperando.
- …Que ¿usted me atrajo acá?  ¡…Es un brujo…!
 ¡Ah caramba y yo que pensaba que yo mismo lo había elegido!
- Bueno…Eso te hice pensar...

(Mañana continuamos con este relato.
No te olvides…Mañana seguimos con este viejo brujo.)






© Bernardo Enrique López Baltodano 2015


No hay comentarios:

Publicar un comentario