"El Guegüence" - "El Guegüence" - "El Guegüence"

¡Rápido…que quiero comprobarme si aún estás apta para esto!
- Jefecito… - Lo interrumpió el boxeador muy tenuemente, como para que no se enfadara. Pero éste ni le prestó atención. Así que aguardó un momento más. Fue testigo mudo de aquella escena, contempló con que lujuria la progenitora ejecutaba su acción, ante su cachorro, que al parecer no estaba ni pendiente, ni daba la impresión de agradarle en nada. Sin darse cuenta, se persignó y cerró sus ojos.
- ¡Basta! ¡Ya quita tu hedionda jeta de mí! ¡Límpiame, anda búscame agua y jabón! –  Sus quejosas palabras rompieron ese silencio muy elocuente.     La ejecutante corrió a obedecerle. Regresando casi al instante. Lo limpió con mucha delicadeza. Lo secó y luego le dio un sonoro beso.
- ¿Quieres darme más? – Lo trataba de seducir, poniéndole su trasero en forma voluptuosa. Por respuesta recibió una potente patada. La pobre mujer cayó aparatosamente a varios metros de distancia. Su hijo, ya no le prestaba atención alguna.
- …Siempre ha tenido ese carácter. ¡Es mi macho! – Gritó eufórica dirigiéndose ante el inmóvil ex atleta. Él la contempló y pudo notar la inmensa satisfacción que sentía a pesar de los malos tratos de que era víctima. Sin embargo, corrió a auxiliarla. Un dejo de tristeza y rabia contenida lo invadió.
En su aparatosa caída se rasguñó la frente, y de su nariz brotaba abundante sangre. Con su experiencia boxeril, logró contenerle la hemorragia.
Le buscó una silla y allí la ayudó a  sentarse. Lágrimas brotaron de sus ojos. A su lado estaba un potente pegador, gladiador de extensas batallas, pero que ya estaba en destrucción. Contemplándola hasta con tristeza pero que se sentía impedido a contradecir a su generoso mentor.
- ¡No quiero lloriqueos! – El Gue estaba visiblemente ofendido y así se lo hacía saber a todos. ¡Estaba enojado! Y todos debían temerle, ya que su poder era ilimitado. Ese era su mensaje y todos debían asimilarlo y aceptarlo, así era él. Sin medias tintas. De pocas palabras y su soberbia no conocía límites.
- …No papi…digo Jefecito…sino estoy llorando. Solamente es sudor. No te preocupes más por mí, ya dentro de poco estaré bien y dispuesta a trabajar en dónde tú me asignes.
- ¡Págame primero! ¡Ni te creas que no me vayas a pagar con lo que trabajaste anoche! ¿O me vas a robar nuevamente?
- …Es que, en la casa tus hermanos me producen gastos…y nadie más trabaja…
- ¿Y eso es problema mío?
- Papito, digo Jefecito, somos tu familia…
- ¡Qué coman tierra! ¡Qué hagan como hago yo! ¡Qué trabajen carajo! ¡Págame!
- …Toma esto es lo que me quedó… - Temblando se le fue acercando, toscamente y con dolores por toda su humanidad. Eran unos cuantos billetes, de mediana y baja denominación, acompañándolo con varias monedas. Casi un cuarto de kilo en peso metálico, pero que no eran gran cosa. Con total desprecio, lo recibió y amenazándola:
- ¿Quieres que “Chiquito” te muela a golpes? – Herida como estaba retrocedió horrorizada, sabiendo a ciencia cierta que éste cumpliría su amenaza sin ningún tipo de titubeo. El ex atleta, estaba peor. Ciertamente que ya había golpeado a varias mujeres…pero es que ésta era especial…la madre de su jefe. Sangre llama sangre. Sin comprender muy bien la situación… ¿Pero si se lo ordenaban? ¡Por supuesto que obedecería, aunque no fuera de su agrado! Así que el suspenso era fatal y por aquello de que tuviese que hacer…
- ¡Vieja bruta! ¡Burra! ¿No tienes nada en tu escuálido cerebro? ¿Crees que no daré la orden?
- ¡Ten piedad de tu angustiada madre! ¡Piedad! ¡Ten misericordia de mí!
- ¿Piedad…conmigo? ¡No conozco esa palabra! ¡Me debes mucho dinero!
- …Yo te lo voy a pagar…te lo voy a pagar…
- ¿Dándolo de gratis?
- Yo cobro…no mucho…pero cobro…
- ¿Estás dando rebajas a mí mercancía?
- ¡No! Todos me pagan… - Al decir esto se tapó la boca en el acto…Pero ya el daño estaba hecho.
- ¿Cobras? ¡O sea que te pagan y tú me robas!  ¿Trayéndome esta miseria?
-  …Tengo que comprar comida para tus hermanitas…
- ¿Comprarle comida a esas perras? ¡Qué trabajen como lo hago yo!
 - ¡Chiquito…desnúdala ya! – La servidora abrió enormemente sus ojos y comenzó a llorar gritando. El hombre comenzó a ejecutar la orden recibida.
- ¡Si pones resistencia…le ordenaré que te entre a golpes! – Obedeciendo y gimoteando, ella misma comenzó a desvestirse ayudando para evitar un mal mayor.
- ¿Qué vas a hacer conmigo hijo?
- ¡Ya te dije mujer, que no me llames así! ¿Ok?
¿Qué te has creído que soy yo? ¿Acaso crees que con llamarme así, vas a conseguir algo conmigo?
¡Respétame porque si no te hago que te muelan hasta tu ennegrecida y putrefacta alma, eso si todavía te queda algo de “dignidad”! ¿Entendiste?
- …Esta bien, jefecito. Pero no me causes más dolor. Yo hago todo lo que tú me pidas. ¿Quieres hacerlo nuevamente conmigo?
- No.
- Tú bien sabes, que siempre hago todo lo que tú me pidas…pero no me golpees…por favor… ¿Cómo quieres qué te lo haga ahora?
- ¡Cállate sucia e indigna mujerzuela!
- ¡Ayyyy papito no me hables así, que me haces sufrir….!
- ¡Vieja estúpida!
- Llámame como tú me llamas, trátame como tú lo haces…pero no me alejes de ti… ¡Por favor!
- ¡No me toques! ¿No ves que me ensucias?
- Está bien. Como tú quieras. Mira me estoy limpiando mis manos… ¿Me estás viendo?
- ¿Te estás limpiando con tu ropa sucia?
- …Este vestido lo lavé la semana pasada y bueno…me lo he puesto muy seguido… ¿Se nota?
- ¡Estás hedionda y sucia!
- Si quieres me voy a limpiar mis manos y ya vengo… ¿Me dejas? – Su mirada denotaba además de la intensa cólera un muy aberrado desprecio. No toleraba ni la suciedad,  ni los olores raritos.
Le hizo una despectiva señal a su subordinado, quién ya la tenía sometida y medio desnuda. En el acto, éste la soltó. Así salió corriendo sin percatarse de su desnudes, su opresor no podía disimular su lujuriosa pasión. Al percatarse de que su amo lo estaba observando, bajó su cabeza. El Gue lo percibió y de inmediato le ordenó:
- ¡…Es tuya…has con ella lo que te plazca! ¡Hey, hey! pero es conveniente que te recuerdes… ¡Qué todo tiene un precio! Y que ella es mi esclava y sus servicios, ¡me los pagas a mí! ¿Estamos?
– ¡Si! ¡Si todo lo que tú digas! No te preocupes, yo siempre te he venido pagando todo…
- Y esta no es la excepción. ¡Negocio es negocio compañerito!
- ¡Ok! – Y ansiosamente corrió tras ella. Una sonrisa macabra se le dibujó en su ya descompuesto rostro. Gozó con mucha pasión. Fue tras él, como fisgoneando, pero tratando de ocultar su sadismo. Y así escondido, pudo comprobar que su matón sometió a su víctima. Ella no le prestó resistencia alguna, al contrario dio la impresión de que esperaba ese tipo de ataque. El Jefe perdió interés al ver que su mamá lejos de resistirse, se amoldó con el mayor placer.
(¡Siempre fue una mujerzuela! Desde pequeño descubrí en ella, una hembra.
¡Ya me hastió!  Pero esas hijitas que tiene…me gustaría ser yo mismo el primero.
Tengo que lograrlo, ¿total? Si yo no pruebo la mercancía primero, nadie la podrá disfrutar. Además, son hijas de cualquiera. ¡Nada son mío!
Ojalá se consiga a alguien que le de todo lo que exige…pero nunca ha sido de uno solo… ¡es más bien de una multitud! ¡Perra inmunda y sucia! Ojalá se muriera ya…Pero antes de que se muera, todavía tiene mucho fruto que darme. Y pensar que cuando estaba más joven, le saqué mucho provecho, pero ya se me está poniendo muy viejita y bueno, todavía se la puedo soltar a estos brutos. Pero de que me la tienen que pagar… ¡Hasta nuevecita se las voy a cobrar! )
Su atención fue desviada por negocios más remunerativos. Comenzó a analizar y a recordar, sobre la actuación de otro personal que los tenía desempeñando “otras” funciones. Siendo tan previsivo como hasta ahora lo ha sido, jamás ha perdido en nada. Por esa razón, en los negocios no hay que tener corazón ¿Y para qué? Y él hasta este preciso instante, todo lo lleva en su cabeza. Nadie se le va sin pagarle. ¡Nadie!
- ¿Dónde carajo estará metido el “Pedrón”? – Se decía a sí mismo, a pesar de tener que escuchar los gemidos y risitas de su madre, mientras era “violada” por su boxeador.
- ¿Alguien ha visto al Pedrón? – Le preguntó a otros que estaban cerca.
- Jefe, tiene rato que no ha pasado por acá. – Le respondió el gordo, otro de los suyos.
- ¿Desde cuándo?
 - No lo veo desde ayer.
- ¿Cuánto me debes tú?  Es conveniente que te recuerdes en pagarme. Yo no soy una casa de beneficencia. ¡A mí se me paga, carajo!
- Jefe recuerde que yo estaba suspendido por orden médica…
- ¿Orden médica? ¿Y desde cuándo existe la “orden médica” en esta profesión?
- …Ayer tenía un fuerte dolor en el estomago… ¿No se recuerda? Usted mismo me indicó que visitara un médico… ¿No se acuerda acaso?
- No. No me recuerdo de eso.
- Jefe… ¿Me permite?
- ¿Qué?
- ¿Puedo entrar en la cola? – Le decía indicándole el sitio en donde estaban fajados esos dos.
- ¡Dale pues! Pero después no te me vayas. Necesitamos ajustar unas cuentecitas por allí. Y recuerda, que ésta me la tienes que pagar, al igual que todas las anteriores. ¿Estamos?
- ¡Cómo usted ordene patroncito!
- ¿Podemos ir también? – Eran unos cinco más que emocionados se acercaban para poder participar de aquella súbita fiesta.

- ¿Están dispuestos a pagarme? ¡Esto no es gratis y negocio es negocio! 

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