"Cachirulo"  como les había mencionado era un delincuente juvenil, nació en pecado, se revolcó en el y murió en consecuencia.
Anexo otra partecita más...

"Cachirulo"

“¡Sí éste se despierta…Seguramente que me despedaza aquí mismo!”
Y allí se quedó. Por más que lo empujaba…El cuadrúpedo, parecía como muerto. Lo detalló bien. Sus fauces, totalmente cerradas. Su lengua, afloraba. Lo golpeaba por las costillas. Nada.
“¡Muérdeme maldito! ¿Quién manda ahora…?  ¡Atácame estúpido!
¿Ah…Viste que no puedes?  ¡Yo soy tu dueño ahora!” – Lo manoteaba por todas partes.
El adormilado estaba inerme.
Se reía y se burlaba. Le sujetaba las patas. Le jalaba los pelos. Le golpeaba en su trasero. Nada. Hasta le dio la firme impresión, de que lo había matado.
“¿Será que se me pasó la mano? ¡Atácame bestia estúpida!” – Colocó su oído, sobre la trompa del anestesiado. Lo sintió respirar, tenuemente.
“No. Aún respira, este bruto. ¡Te vencí!”
Divisó nuevamente su entorno.
Todo seguía en calma.
“¿En dónde estarán esos cobardes?” – Comenzaba a inquietarse.
Aclaró muy bien sus ojos. Fijó su atención  hacia el sitio en donde, estaba seguro que debían aparecer sus compinches.
“¡Cobardes que son! ¿Qué te parece: Danger? ¿Ése es tu nombre, brutico?”.
Algo de repente clamó su interés. Sigiloso  aguardó…
Y le hizo señas, de que siguiera silencioso  a su víctima  ya sometida.
Sujetándolo con sus dos manos.
Transcurrieron varios segundos preciosos. Y nada.
¿Pero ése ruido…No era casual? ¡Parecía que no fuese así!
Aguardó unos minutos más. Metió su mano derecha, en su bolsa.
Y comenzó como a adivinar en medio de la penumbra. Tanteó con detenimiento, mientras que con su izquierda seguía sujetando con fuerza la trompa de su víctima.
Finalmente, logró identificar lo que precisaba en ese instante. Se calmó. Se cercioró de su bolso que tenía guindando de su hombro y siempre pendiente del sitio en donde creyó que se había originado ese extraño ruido, introdujo su mano y hurgó. Su atención se dividió por esos segundos entre lo que buscaba y  su interés por no perder de vista a “Ese extraño ruido” que había escuchado segundos antes. Finalmente se concentró en mentalmente ir identificando objeto por objeto, hasta que finalmente lo consiguió.
Era una cabuya. La sacó y con destreza, comenzó a amarrar con premura el trapo alrededor del hocico del animal.
Le dio varias vueltas.
Rápidamente  le hizo un nudo.
Lo amarró con fuerza.
Una vez percatado de que no se le caería.
Corrió y se ocultó en otro sitio, distante como unos tres metros.
En una esquina de la propiedad. Allí corrió y se camufló entre unas cajas, que estaban esparcidas.
Miraba hacia el cielo. Una nube, que se estancó en el cielo producía más oscuridad. La luna, quedaba eclipsada en su totalidad.
“¡Diosito sígueme ayudando! ¡Qué esa nube siga oscureciéndolo todo! ¡Hasta mi Gran Dios, me está enviando una ayudadita! ¡Gracias Diosito…Recuérdame recompensarte por esto!”
Efectivamente, la oscuridad era casi total. Tan solo iluminaban los bombillos, pero como eran de baja intensidad, pues poco iluminaban y para colmo estaban muy distantes unos de otros.
Por todo ese solar, imperaban  las tinieblas.
Y quietud.
Desconfiado como era, no se atrevió a mover ni un solo de sus músculos. Ni siquiera se atrevió  ni a respirar. Se contrajo y aguardó.
A pesar de gozar de muy buena visión nocturna. Le costaba divisar algún movimiento.
Sus orejas, se asemejaban a los de las bestias guardianas.
De repente, divisó un movimiento  casi imperceptible.
Metió su mano nuevamente en esa bolsita. Tanteó con detenimiento, siempre sin perder ni de vista ni de oído, todo cuanto acontecía a su alrededor.
Sacó una enorme navaja. Se percató  no solamente con su tacto, se la llevó a su cara y la accionó.
Casi al instante, se oyó el zigzag característico. Ya la hoja de la navaja, está brillante y filosa a su servicio. Sonrió satisfecho. Sintió mucho alivio.
Ya se sentía seguro. No solamente  con su sentido del tacto, sino que su mirar, le confirmaba que ya estaba armado y en espera.
“¡Siempre mosca! Al primero que se me aparezca, le rajo la panza. ¡No me importa! Primero yo, antes que nadie más…”
Esa arma, le trajo mucha seguridad. Su respiración era entrecortada. Pero siempre controlada.
Pero aún así, se sentía como medio cojo. Así que con mucho nerviosismo…
Se tanteó en el bolsillo derecho  de su pantalón.
“Sí, aquí estás. ¡Nunca me abandones! ¡No sabes lo que me haces falta!”
La enorme pistola, acusaba ostensivamente  su presencia.
Sí, allí estaba. A su servicio siempre.
Siempre que salía en sus incursiones de trabajo, nunca la dejaba.
Aunque a decir verdad…Últimamente, no se atrevía a dejarla por ningún lado.
Siempre andaba con sus dos armas preferidas. Su pasaporte, su confort.
Y hasta para ir al baño, se las lleva.
Considerándolas como sus únicas amigas.
“¡Nunca me fallan! ¡Jamás me desobedecen y hacen justo lo que yo quiero!”
Con su enorme navaja, para cuando necesitara ejercer su dominio a corto espacio…Y en silencio.
Ya se consideraba un buen artista, en su uso.
Y más de uno, sintieron la frialdad y certeza de su filo.
Casi nunca fallaba. Tuvo que esmerarse  pero al final, se consideraba todo un maestro en su uso.
Y en todos sus enfrentamientos…Salía airoso.
Todo un buen esgrimista.
En ocasiones, la utilizaba tal como si fuese una espada.
Corta sí, pero muy efectiva. Y lo que más apreciaba; muy silenciosa.
Se hizo respetar por doquier. Con solamente mostrarla, sus posibles enemigos, retrocedían.
Nadie en su localidad, se atrevía a desafiarlo. Por supuesto  que le quedaban heridas, de sus enfrentamientos anteriores. Y éstas las cargaba con mucho orgullo. La hoja siempre filosa.
Pero  de tanto uso  a la final, logró su maestría.
¡Nadie se atrevía a enfrentársele…Ya lo conocían a la perfección!
Así, que en esta ocasión y de acuerdo a su momento. Lo analizó muy rápidamente.
Su pistola, era muy escandalosa. La noche seguía en penumbra y silenciosa.
Y si disparaba…Perdía el efecto  del acecho.
Un disparo  pondría en sobre aviso, a todo el vecindario y hasta a los odiosos policías.
“No. En esta ocasión…Saldrás tú…Mi navajita querida y muy eficiente…”
Y como queriendo justificarse, con su pistola  le dijo  muy quedamente:
“Mosca. Nunca se sabe…Pendiente y presente siempre…”
Se agazapó tal como si fuese un mero trapo. Se mimetizó en forma instantánea.
Y esperó. Pendiente, hasta del paso de una miserable hormiga.
“¡Ayúdame Diosito mío!”
Pronunciaba su especie de oración  más como para darse ánimo a sí mismo, ya que ni él mismo se escuchaba. Pero ésto lo tranquilizaba.
El ruido casi imperceptible  en realidad, se había originado  no en esa propiedad. Sino en la del vecino. Al parecer, alguien se le antojó a salir al patio.
Cachirulo  así lo percibió. Se quedó como una piedra.
A la expectativa.
“¡Debe ser…Si…Creo que sé quién es,  ése maldito…! ¡No te metas en esto! ¡Déjame hacer mi trabajito en paz! ¡So estúpido! Vete a dormir…” – Se decía a sí mismo.
En efecto  el vecino, salía al patio de su casa.
“¿Y por qué razón…?
¿…Será qué me está espiando…?
¡Metete en tus problemas! ¡Déjame trabajar en paz!”
Acarició con mucho sadismo, la hoja muy filosa  de su arma. Hasta casi, le dio la impresión de que se había cortado. Se verificó a sí mismo…Pero no, no se había sacado sangre.

¿Pero por qué razón, había salido a su patio? ¡Jamás nadie lo sabrá!

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